Entre avenidas y francesadas.

Published on 24 July 2024 at 01:15

Era parís la ciudad más bonita que había contemplado,

Salí a la calle y tan solo el olor a pan, flores y lluvia hizo rebosar en mi un efímero llanto.

París ya despertaba, y con ella lo hacían sus gentes,

Me senté en un banco, daba a una pequeña avenida,

Corrían niños, y las madres parloteaban francesadas entre ellas.

Me gustaba observar;

 

Allá a lo lejos un hombre cruzaba la calle sucursal,

Llevaba un sombrero verde caza,

La chaqueta tenía pequeños remiendos,

Como si esa fuese la pieza de mayor valor que este poseyera,

Y pese a los años aún no quisiera despedirse de ella.

Zapatos bien acordonados,

Sin embargo, ya un poco desgastados,

Se veía que realizaba el trayecto a la oficina andando.

Fumaba cigarros marca camel,

O eso me pareció cuando este se apresuró a sacar la cajeta y encender uno nuevo.

 

Me arrebató la mirada una mujer con grandes gafas que pasaba por enfrente, Sus estrambóticas prendas me hicieron perder al anterior individuo. Esta andaba cabizbaja, como si aún siguiese dormida, Como si se mirase los pies, por miedo a tropezar.

 

Era como si hubiese salido con prisas,

Como si aún con las luces apagadas,

Esta hubiera cogido aleatoriamente cuatro prendas del armario.

Una camisa de finas rayas,

Se podía apreciar por el cuello que sobresalía por encima de un jersey verde, El cual, combinaba atrozmente con unos pantalones amarillos de lana.

Anduvo velozmente y, sin permitirme más tiempo para analizarla, salió de mi marco de visión.

 

Seguidamente apareció una mujer, 

Rondaría los 60.

Desprendía esa elegancia que solo poseen las mujeres ya mayores,

El pelo le rozaba la clavícula,

Era rubio, Teñido, claramente, 

para así ocultar las canas que delataban su edad.

Llevaba un gran abrigo de piel de zorro, 

Le llegaba hasta los tobillos, 

Hacia parecer como si esta levitase.

Digo gran abrigo por que este le doblaba en tamaño, era como si la edad que en ella pesaba, le hiciese merecedora de llevarlo.

 

Estas fueron en concreto las únicas tres personas que rescataron mi atención, 

Sin embargo, tras que Ethel, o así he querido llamar al último personaje, se ocultase en el café de la esquina, me vi de nuevo sumida en los olores y paisajes parisinos, 

estos me distrajeron el resto de la mañana.

 

Decidí trasladarme de banco. 

No encontraba el sentido a quedarme en el mismo tras haber desaparecido tres de las personas que perdurarían en mi memoria para siempre.

Lo contemplé como un simple hecho de respeto.

 

Decidí pasearme por las calles adyacentes, 

era como si mis pies se deslizaran por ellas.

Sin saber por qué, mi ser se veía atraído a todo aquello que observaba,

Y experimentaba en mis entrañas un extraño fervor por contemplar la belleza.

Cada edificio tenía mejores arquitecturas que el anterior, Cada esquina y jardín contenía más flores que el que acababa de pasar.

 

París era un libro de partituras,

Allá por donde pasase había música, 

tan diferentes entre ellas, sin embargo, la misma esencia para todas. En cada acera había un violín o quizás un acordeón, de vez en cuanto una trompeta, un clarinete y otros artilugios de los cuales no se me el nombre. 

 

París llevaba su propia banda sonora, 

Tenía su propio ritmo, su propio tiempo. 

Todo, todos, tan distintos, pero a la vez tan iguales.

Era fácil distinguir a aquel propio y natural francés de una corriente extranjera como yo.

No desprendíamos la misma sintonía, no tocábamos la misma música, 

pertenecíamos a compases diferentes. 

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