Quizás un velero, un poco de música, un atardecer en Italia. Quizás la costa de Taormina, quizás la de Cefalú, quizás fuera la de Palermo, la de Messina, o la de Siracusa. Quizás Noto, Agrigento, Ragusa o puede que incluso la de Milazzo, quien sabe, y a quien lo sepa, ¿Qué más da? fuera en la costa que fuese, aquello, se quedó en Sicilia.
Sicilia no ha cambiado, ni sus calles, ni sus playas, ni sus paisajes, ni su gente. tú y yo en cambio, tú y yo hemos envejecido, ya hace un tiempo que lo hicimos, ya hace un tiempo que no somos lo que éramos; y, sin embargo, ¿sigue siendo Sicilia tan joven como siempre? ¿Seguimos nosotros siendo lo que éramos, o es que acaso el tiempo, a falta de tiempo, nos ha convertido en completos desconocidos?
Sigo solo, mis pensamientos son mi único compañero de viaje, y el trabajo mi único motor para viajar, antes era diferente, cuando te tenía, mi compañera eras tú, y el motor que a ambos nos movía era el ansia por seguir viviendo.
Quiero que sepas que aun que ya hace tiempo que me despegue de ti, no te he olvidado, ni he olvidado aquello que me juré no olvidar, ni aquello que experimentamos, ni aquello que acordamos experimentar.
Aunque tú no me vieras, ni notaras, ni escucharas, nos hemos cruzado muchas veces, habiéndote yo visto, notado y, sobre todo, escuchado. Pues que le puedo hacer, si aún que al igual que una vez, de vuelta a aquella de la que se hacía llamar “Mi casa”, ya separados el uno del otro, juré no acercarme nunca más a ti, también en su ya no muy concreto momento, al pie de un viejo piano de madera barnizada, y sumido por la voz de un no muy reconocido grupo de jazz juré no separarme.
Al fin y al cabo, como en su día juré, la posibilidad de no separarme de ti existió, y existe, y puede que en nuestra otra vida se diera, y puede que en la siguiente se dé. Quién sabe por qué, pero por este, o por quizás otro motivo, aquí estoy de nuevo, en una costa perdida de Sicilia, sin saber qué hacer, ni donde buscarte, ni como volver a hacerte mía.
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