Sigue todo quieto, en una atmósfera sofocantemente cargada de ruidos, pero en un lugar y momento que parece ser más silencioso q nunca.
La noche, densa, profunda, soñolienta, se había adentrado en la ciudad, corría entre los pasadizos de calles el murmullo del cansancio. Y la calma, en forma de manto azul oscuro, se apoderaba del cielo y sus inmensos escondrijos que, desde una vista distante y lejana, se camuflaban entre las grandes autovías adornadas por parpadeantes farolas confundidas con estrellas.
Pero aquí, entre árboles, y demás setos bien cuidados, en un parquecito a lo alto de la colina, la vida no había cambiado, y aquella oscuridad que de vez en cuando parece tan tenebrosa, no era más que algo familiar y rutinario, que traía tranquilidad a la mente de aquel derrumbado por el día.
Porque en aquella madrugada, las tareas del siguiente día no estaban presentes, los miedos del ayer no se veían cercanos y simplemente se escuchaba el ruido del silencio entre maquinas, coches, y aviones distantes. Ruidos no reconocibles que, al parecer no de esta tierra sino de un planeta marciano, reivindicaban que el mundo seguía siendo el mismo, y que apenas nosotros cambiamos.
Entre minutos allá arriba apreciando, el paisaje no se movió, y aquel marco que encuadraba, no eran más que pensamientos, palabras y llantos, que le daban historia a un tan simple relato.
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